martes, 13 de enero de 2015

La indignación es un poderoso estimulante: saliendo de Saint-Jean-Pied-de-Port en dirección a Valcarlos



[...] Pero como dirá aquel francés admirado con el que me cruzaba, solitaria y por el camino nevado que conduce al monolito de Ibañeta, ¡Qué valiente! (Que corageuse!) Y en realidad sí, no porque no padezca los miedos de todos, porque tú bien los conoces pero aquel mediodía me cansé verdaderamente, de que todo de la ausencia de costumbre me intimidara e indignada no me detuve ni tan siquiera en el Café Tippia, la terraza arbolada sobre la Nive, donde Hervé y Carmen habían estado hablando de la leyenda del diablo y la sombra que poseía, y de la cueva de Sara en Iparralde, y seguí andando hasta el Portal de España, que crucé para comprobar dónde comenzaba la carretera, que había que tomar para dirigirse a la frontera con Navarra, y donde se separaba de la que conducía a la Ruta de Napoleón por los collados en los que según el monje Aymeric Picaud uno sentía que podía tocar el cielo con sus manos. Decidiendo en ese preciso instante que no pasaría ni un sólo minuto más en S-J-P-P, así que de ahí, volví a dirigirme a la oficina de acogida de los peregrinos y lo primero que le dije a Antonio, sin mencionar ni una sola palabra de las amenazas que había vertido sobre ''Edouard'', es que había cambiado de idea y que prefería pasar la noche en Valcarlos, a lo que él sin poder dar crédito me dijo: <<Pero ¿te ves capaz de llegar?>>.

- ¿Qué hora es?>> -le pregunté.

- Son cerca de las dos.

- Bien, entonces pongamos que salgo a las dos y está oscureciendo algo antes de las seis... y tú antes me explicaste que a Valcarlos sólo había doce kilómetros y que mañana podía pensar en quedarme allí... qué problema hay. Únicamente que me encuentre el albergue cerrado.

- No eso no.

- ¿Seguro?


Pero Antonio también había entrado en suspicacia para ese punto. Y pudiendo confirmarme que el albergue siempre se lo encuentra uno cerrado pero porque existe una contraseña electrónica que cualquiera sabe... eso no me lo dijo y la contraseña no me la dio o me dio la referencia de dónde podía encontrarla. Prefirió quedarse conmigo y asegurarme que él a las cuatro hacía una llamada de teléfono para que se esperase por mi llegada. Así que educadamente le voy a dar las gracias, y les voy a desear a todos un muy feliz año, agarrando mi mochila sin más ceremonias, para salir pitando. Pero al alcanzar los bancos del área de descanso que hay al lado del Portal de España, pienso que es mejor cambiarme de ropa, y lo que me permite la indignación que arrastro conmigo es quedarme en sujetador en medio de la calle, costumbre que hace años murió para mí pero que resucitaba justo en ese lugar, y arreando ponerme una camiseta de manga corta y una sudadera que no tuviera problemas para quitarme. Y prescindiendo de los gritos de <<¡Hala!>> que se escucharon a mi espalda. Ya había perdido la botella dosificadora de agua pero como en ese sentido iba más que bien provista en esta ocasión, no me importó ni lo más mínimo y me eché a galopar hacia adelante. Muy presionada, porque no las tenía todas conmigo. Y como diría Bea, la psicóloga de la historia, estaba yo, únicamente, experimentando la realidad con el nivel de conciencia del chakra <<muladhara>>, y en palabras suyas: moviendo el culo y pensado con el culo, como una jodida superviviente.

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