jueves, 15 de enero de 2015

De la vertiginosa llegada al Valcarlos de la Benta Ardengia


Pensar con el culo significa algo de lo que yo no puedo sentirme orgullosa. Significa pensar sólo uno en uno mismo y en ponerse a salvo. Y esos kilómetros hasta Valcarlos los recuerdo como algunos de los más penosos de mi vida. 

 

A las 14h09min. S-J-P-P queda atrás, con sus tejados rojos, de entre los que no parece sobresalir ninguno, y también lo hace la imagen de la Ciudadela militar, sobre el pueblecito. Y en seguida las primeras ovejas latxas, y la carretera hasta el primer desvío, unos diez o doce minutos más tarde, donde me atacaron dos perros de pequeña-mediana estatura, que recibieron tal muestra de ira por mi parte, que salieron corriendo a resguardarse no sé dónde pero con el rabo entre las piernas.

Y tras el río y el puente, la campiña, con unas señales tan diminutas que lejos de dar confianza la restaban a pasos agigantados. Que no es que sea un recorrido carente de belleza, porque esa zona es muy semejante a la cornisa cantábrica a la altura de Guipúzcoa pero tiene poco que ver con la majestad de elevarse sobre Hontto primero, y tras ello sobre Orisson. Hasta que, todavía muy preocupada, logro entenderme con un francés al que detengo al volante de su coche, y que me indica que por donde voy.... sigo la ruta más corta, que era cierto, porque a las 15h30min. Tengo a la vista los centros comerciales de Ventas, en la frontera pero del lado de España. Que fue salir de la nada, para frecuentar la banalidad. Y que tras una breve pausa, que hice para tomarme ese café aplazado... reponer líquidos e ir al baño... abandono poco después de las cuatro menos cuarto.

Mi ritmo es muy vivo, la verdad, y lo será de igual modo hasta dejado Zubiri atrás, donde ya me ralentizo y no cobro nuevo vigor hasta la mañana en que me aproximo, y luego abandono, a Obanos, tras una tarde anterior extenuante, con visita a Eunate y a continuación a Gares, para recordar aquel atardecer primero que viví con los segundos amigos del Camino, al final de la década anterior... Pero, a pesar de ese ritmo, tan vivo... a mí me cuesta creer que alcanzando a las 16h05min., la bifurcación de Arnéguy: a Valcarlos por carretera internacional o a Valcarlos por Ondarrola... que es el tramo que no llegó a entender <<Homo Viator>> en su último camino, y no mucho antes de dejar de respirar para siempre en aquella playa del Caribe... sean tantos, como se me dice en la oficina de acogida, los kilómetros existentes entre S-J-P-P y Arnéguy.

Yo, por la hora que era, evidentemente, continúo por la carretera internacional pero si tuviera que alcanzar Roncesvalles ese mismo día... no dudaría en imitarme. Aunque si algún día regreso a esos parajes, que lo considero muy poco probable, porque de regresar yo tomaré, de nuevo, la ruta de Napoleón, tal vez pierda el tiempo dándome una vuelta extra, con inútiles subidas y bajadas espectaculares, por Ondarrola. Que lo que en seguida me indica la carretera es que desde ahí a Roncesvalles me aguardan 18 kilómetros y desde ahí a Pamplona 66 pero la carretera, si hay que hacer caso a los lugareños, promete ser un recorrido no despreciablemente más largo. 

 

Y ya cuando penetro en el camino largo, que es el nombre euskera, Luzaide, de Valcarlos, son las 16h39min. Punto en que vuelvo a toparme con los coreanos, descubriendo que antes de alcanzar el albergue, pasada la iglesia, y entre la fuente y el monumento... por unas escaleras al fondo... que van a dar a un bajo muy aclimatado, un refugio muy confortable, es conveniente solicitar la clave de acceso electrónico en la Benta Ardengia donde te preparan el mejor bocadillo vegetal que yo haya probado jamás pero, desde luego, no apto para vegetarianos.

Los coreanos parecen bastante inquietos porque yo no me haya molestado en reservar plaza. Y no dejan de entrar y salir a la habitación donde se sitúan las camas para contar los huecos libres. Yo un poco alarmada esto luego lo comento en la Benta, por si hubiera algún problema pero ahí es cuando descubro que el refugio no sólo cuenta con esa estancia, sino con otra, con las mismas o incluso más camas, que esa noche permanece cerrada.

Además de los coreanos, en el albergue vamos a dormir lo poco que vamos a dormir... el hombre de la esquina, que es quien me señala mi hueco libre... un hombre más joven en frente suyo, los cuatro coreanos, el Roncador y la australiana que se lleva el colchón a la cocina en cuanto se apagaron las luces, y que nos mantuvo a todos encarcelados de esa manera, hasta que ella dio su solitaria noche por finalizada, a las seis y media de la mañana. Porque ninguno de nosotros se manifestó ni la mitad de egoísta que ella, así que ninguno nos aventuramos a salir de nuestro catre para no molestarla. Y cuando los coreanos decidieron iniciar su jornada, eligieron el baño como compartimiento operativo, lo cual a mí volvió a indignarme bastante. Pero si expansiva había sido con la australiana la tarde-noche anterior, antes de cerciorarme de cual era su verdadero talante... ahí lo que le hice fue un auténtico vacío. Que lo más seguro es que no le enseñara nada pero que a mí me determinó a alcanzar Zubiri en esa misma jornada, pasando al cuarto, un segundo, para despedirme del peregrino que me había indicado donde acostarme, a la tarde, a mi llegada, y para desearle buen camino, y sin embargo, a ella que se quedaba en la cocina, le di la espalda y sin más me fui, dejando que ella misma sacara sus propias conclusiones. Y ya no les volveré a ver.