sábado, 17 de enero de 2015

Alcanzar el Alto de Ibañeta por entre la nieve y dejarse caer hasta Roncesvalles por el sendero helado


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Tras pasar la casa de los postigos verdes, algunos metros de asfalto más arriba, habrá una fuente. En ella se encontrarán detenidos los coreanos, yo no me siento capaz de seguir evitándolos, porque ellos se muestran tan encantadores que no hubiera sido justo. Al principio, creo que yo, al menos, voy a continuar por la carretera pero uno me tiende la hoja amarilla que nos han facilitado en la oficina de acogida y yo me pongo a traducir (sin llegar a acordarme nunca de la mía en castellano, ya que yo cuando camino para esas cosas ni miro) y lo que les explico es que lo que a mí ya no me apetece es primero volver a bajar para luego tener que subir, así que yo tengo intención de seguir por la carretera, que craso error habría sido, porque ese trecho por la senda es de una belleza apabullante, además de delicioso y sin grandes altibajos. Únicamente el frío que se siente en los pies, al caminar por entre la nieve. Pero si, al final y lo confieso, me he decidido a seguirlo es porque cuando voy a arrancar siendo la carretera todos se han puesto a seguirme, y entonces, ante eso, me he sentido responsable y he dicho: ¡Qué demonios, seguimos el Camino!
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Luego al alcanzar el Alto de Ibañeta me han imitado cuando yo me he lanzado hacia la loma del monolito de Roldán y les he tomado algunas fotografías, que fue donde les pedí que me dijeran sus nombres porque ya experimentaba la sensación de querer aprenderlos.
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Luego, le haré una pregunta a la persona apropiada, la monitora de un grupo de niños excursionistas, y ella me indicará que lo mejor para alcanzar Roncesvalles es seguir el camino pero poniendo algo de cuidado a causa del hielo, pisando sus márgenes, que es lo que hacia una media hora habían venido haciendo ellos. Así que les indiqué a mis nuevos compañeros que eso  es lo que íbamos a hacer, a pesar de la ventisca de la cima, abrir el portillo y cerrarlo y esos dos kilómetros era yo la que regresaba a llevarlos por delante. Lo cual me hacía sentir bien, extrañamente.

Al recibir el sello en Roncesvalles... me uno a mi misma en otros momentos. Y a partir de aquí lo que quiero escribir lo quiero escribir en privado para unos pocos amigos. Pero yo sabía, por propia experiencia, que de esta etapa no resulta muy sencillo obtener información, así que aquí quería dejarla. Y únicamente voy a añadir a estas una entrada más, la única que he escrito de otro modo y que me gustaría que fuera un epílogo... Y a ti muchas gracias por tu atención, si es que me la has prestado.

viernes, 16 de enero de 2015

De la oscuridad, el hielo, Gainekoleta y el paso del Camino de Zabaleta o la carretera nacional



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Son las 7h45min., cuando un coche ilumina la explanada que existe a un lado del refugio, y cuando me estoy colocando, ya en el exterior, el frontal en la frente y me he echado a andar con confianza por la carretera, los coreanos habían salido unos diez o quince minutos antes que yo pero en seguida observo que les tengo a la vista. Ellos se sorprenden bastante por ello pero esa será la tónica de las siguientes once horas. Ya que ellos andarán haciendo su propio camino pero debido a nuestros muy diferentes ritmos, estaremos sentenciados a encontrarnos cuando menos nos lo esperemos. Lo explico: si yo me paro... me detengo sólo durante el instante necesario para recuperar la respiración, o quitarme o ponerme el polar... ya que beber bebo sobre la marcha. Sin embargo, la marcha de ellos es más acelerada, aunque no la marca el mismo siempre, creo...  yo no los estudiaba... pero cada kilómetro, o como mucho cada dos kilómetros, se sientan en la carretera misma a descansar y se nutren de líquidos o se alimentan de frutos secos, que muy gustosamente te ofrecen y que yo rechacé en cada ocasión, ya que de fuerzas experimentaba que iba sobrada. Y un detalle más: en la oscuridad van andando por el lado contrario del lado por el que se debe, que es situarse para ver venir de frente a los coches, yo les grito que eso que hacen es muy peligroso pero aunque lo comprenden y adoptan el carril por el que yo ando... en seguida lo desestiman y se cambian al otro, y a la noche continuaban lo mismo y estoy por apostar que así llegarán a Santiago.
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El primer patinazo sobre hielo de mi vida va a suceder algún minuto después de tomar el desvío al barrio Gaiñecoleta; tras pasar el buzón de cartas, que es el de la vivienda que veremos metros más abajo.
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Gainekoleta está iluminado por farolas de luz tenuemente amarilla y el Luzaide  transcurre, a través suyo, tranquilo y sereno.

Los coreanos se han parado ahí mismo, a hacer fotografías, yo con mucho calor paso a su lado, será una mañana gélida pero voy como embutida en el polar y comienzo a notarlo. Sudadera ligera y camiseta ligera de manga corta debajo. Me paro con dos lugareños, esperando que los coreanos me sobrepasen. Ninguna gracia me dan los lugareños, uno con mono, que andan entretenidos en el motor de un coche. Dicen que hoy hace más frío que ayer pero tal vez sólo sea porque ayer era menos oscuro que lo que parecía presentarse la mañana.
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En minutos voy a poder comprobar que el agua cristalizada forma bellas ‘’estactitas’’ en el medio exterior, el bosque atlántico pero antes me detengo ante ese desvío, andando por la naturaleza se nos indica que de Ibañeta son 6 km con novecientos los metros los que nos separan. Así que mi razón hace cálculos y ahí mismo toma la decisión, porque son poco más de las ocho y media de la mañana y me digo: <<Si llegar llego a Roncesvalles, lo que es bastante probable, antes de las once… me voy a Zubiri>> pero la verdad es que no sé nada. Lo único, que las próximas horas me voy a obsesionar con ello. Y que la obsesión es uno de los ingredientes -según Facundo Manes, el neurólogo argentino, para consolidar nuestros objetivos, y aunque la obsesión hayan conseguido que sea un término tan feo que nos espeluzne un poco sólo de pensarlo.
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Cerca de una hora más tarde, tras recorrer con cuidado el sendero propuesto, para no patinar a causa del barro helado, cruzar al final del tramo dos puentes de madera,  ascender, de nuevo, por las escaleras a la carretera del puerto y andar cerca de media hora por ella, alcanzo otra desviación. Los coreanos se han quedado sentados antes pero yo no la he tomado, he seguido caminando por la carretera porque, por ahí, llevo muy buen ritmo y no quiero variarlo con innecesarias subidas y bajadas, si lo que se pretende es sólo darnos una vaga sensación de ‘’treking’’. Ahora bien, voy a conocer una curva… en la que estás esperando que aparezca el camión que has visto  bajar, justo frente a ti, minutos… 
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Impresionante. Y me he dado la vuelta varias veces, y ni señales de los coreanos pero, en cuanto me he querido dar cuenta… ahí estaban. Así que yo ese desvío, la próxima vez, lo tomaría… que no la habrá.

jueves, 15 de enero de 2015

De la vertiginosa llegada al Valcarlos de la Benta Ardengia


Pensar con el culo significa algo de lo que yo no puedo sentirme orgullosa. Significa pensar sólo uno en uno mismo y en ponerse a salvo. Y esos kilómetros hasta Valcarlos los recuerdo como algunos de los más penosos de mi vida. 

 

A las 14h09min. S-J-P-P queda atrás, con sus tejados rojos, de entre los que no parece sobresalir ninguno, y también lo hace la imagen de la Ciudadela militar, sobre el pueblecito. Y en seguida las primeras ovejas latxas, y la carretera hasta el primer desvío, unos diez o doce minutos más tarde, donde me atacaron dos perros de pequeña-mediana estatura, que recibieron tal muestra de ira por mi parte, que salieron corriendo a resguardarse no sé dónde pero con el rabo entre las piernas.

Y tras el río y el puente, la campiña, con unas señales tan diminutas que lejos de dar confianza la restaban a pasos agigantados. Que no es que sea un recorrido carente de belleza, porque esa zona es muy semejante a la cornisa cantábrica a la altura de Guipúzcoa pero tiene poco que ver con la majestad de elevarse sobre Hontto primero, y tras ello sobre Orisson. Hasta que, todavía muy preocupada, logro entenderme con un francés al que detengo al volante de su coche, y que me indica que por donde voy.... sigo la ruta más corta, que era cierto, porque a las 15h30min. Tengo a la vista los centros comerciales de Ventas, en la frontera pero del lado de España. Que fue salir de la nada, para frecuentar la banalidad. Y que tras una breve pausa, que hice para tomarme ese café aplazado... reponer líquidos e ir al baño... abandono poco después de las cuatro menos cuarto.

Mi ritmo es muy vivo, la verdad, y lo será de igual modo hasta dejado Zubiri atrás, donde ya me ralentizo y no cobro nuevo vigor hasta la mañana en que me aproximo, y luego abandono, a Obanos, tras una tarde anterior extenuante, con visita a Eunate y a continuación a Gares, para recordar aquel atardecer primero que viví con los segundos amigos del Camino, al final de la década anterior... Pero, a pesar de ese ritmo, tan vivo... a mí me cuesta creer que alcanzando a las 16h05min., la bifurcación de Arnéguy: a Valcarlos por carretera internacional o a Valcarlos por Ondarrola... que es el tramo que no llegó a entender <<Homo Viator>> en su último camino, y no mucho antes de dejar de respirar para siempre en aquella playa del Caribe... sean tantos, como se me dice en la oficina de acogida, los kilómetros existentes entre S-J-P-P y Arnéguy.

Yo, por la hora que era, evidentemente, continúo por la carretera internacional pero si tuviera que alcanzar Roncesvalles ese mismo día... no dudaría en imitarme. Aunque si algún día regreso a esos parajes, que lo considero muy poco probable, porque de regresar yo tomaré, de nuevo, la ruta de Napoleón, tal vez pierda el tiempo dándome una vuelta extra, con inútiles subidas y bajadas espectaculares, por Ondarrola. Que lo que en seguida me indica la carretera es que desde ahí a Roncesvalles me aguardan 18 kilómetros y desde ahí a Pamplona 66 pero la carretera, si hay que hacer caso a los lugareños, promete ser un recorrido no despreciablemente más largo. 

 

Y ya cuando penetro en el camino largo, que es el nombre euskera, Luzaide, de Valcarlos, son las 16h39min. Punto en que vuelvo a toparme con los coreanos, descubriendo que antes de alcanzar el albergue, pasada la iglesia, y entre la fuente y el monumento... por unas escaleras al fondo... que van a dar a un bajo muy aclimatado, un refugio muy confortable, es conveniente solicitar la clave de acceso electrónico en la Benta Ardengia donde te preparan el mejor bocadillo vegetal que yo haya probado jamás pero, desde luego, no apto para vegetarianos.

Los coreanos parecen bastante inquietos porque yo no me haya molestado en reservar plaza. Y no dejan de entrar y salir a la habitación donde se sitúan las camas para contar los huecos libres. Yo un poco alarmada esto luego lo comento en la Benta, por si hubiera algún problema pero ahí es cuando descubro que el refugio no sólo cuenta con esa estancia, sino con otra, con las mismas o incluso más camas, que esa noche permanece cerrada.

Además de los coreanos, en el albergue vamos a dormir lo poco que vamos a dormir... el hombre de la esquina, que es quien me señala mi hueco libre... un hombre más joven en frente suyo, los cuatro coreanos, el Roncador y la australiana que se lleva el colchón a la cocina en cuanto se apagaron las luces, y que nos mantuvo a todos encarcelados de esa manera, hasta que ella dio su solitaria noche por finalizada, a las seis y media de la mañana. Porque ninguno de nosotros se manifestó ni la mitad de egoísta que ella, así que ninguno nos aventuramos a salir de nuestro catre para no molestarla. Y cuando los coreanos decidieron iniciar su jornada, eligieron el baño como compartimiento operativo, lo cual a mí volvió a indignarme bastante. Pero si expansiva había sido con la australiana la tarde-noche anterior, antes de cerciorarme de cual era su verdadero talante... ahí lo que le hice fue un auténtico vacío. Que lo más seguro es que no le enseñara nada pero que a mí me determinó a alcanzar Zubiri en esa misma jornada, pasando al cuarto, un segundo, para despedirme del peregrino que me había indicado donde acostarme, a la tarde, a mi llegada, y para desearle buen camino, y sin embargo, a ella que se quedaba en la cocina, le di la espalda y sin más me fui, dejando que ella misma sacara sus propias conclusiones. Y ya no les volveré a ver.

martes, 13 de enero de 2015

La indignación es un poderoso estimulante: saliendo de Saint-Jean-Pied-de-Port en dirección a Valcarlos



[...] Pero como dirá aquel francés admirado con el que me cruzaba, solitaria y por el camino nevado que conduce al monolito de Ibañeta, ¡Qué valiente! (Que corageuse!) Y en realidad sí, no porque no padezca los miedos de todos, porque tú bien los conoces pero aquel mediodía me cansé verdaderamente, de que todo de la ausencia de costumbre me intimidara e indignada no me detuve ni tan siquiera en el Café Tippia, la terraza arbolada sobre la Nive, donde Hervé y Carmen habían estado hablando de la leyenda del diablo y la sombra que poseía, y de la cueva de Sara en Iparralde, y seguí andando hasta el Portal de España, que crucé para comprobar dónde comenzaba la carretera, que había que tomar para dirigirse a la frontera con Navarra, y donde se separaba de la que conducía a la Ruta de Napoleón por los collados en los que según el monje Aymeric Picaud uno sentía que podía tocar el cielo con sus manos. Decidiendo en ese preciso instante que no pasaría ni un sólo minuto más en S-J-P-P, así que de ahí, volví a dirigirme a la oficina de acogida de los peregrinos y lo primero que le dije a Antonio, sin mencionar ni una sola palabra de las amenazas que había vertido sobre ''Edouard'', es que había cambiado de idea y que prefería pasar la noche en Valcarlos, a lo que él sin poder dar crédito me dijo: <<Pero ¿te ves capaz de llegar?>>.

- ¿Qué hora es?>> -le pregunté.

- Son cerca de las dos.

- Bien, entonces pongamos que salgo a las dos y está oscureciendo algo antes de las seis... y tú antes me explicaste que a Valcarlos sólo había doce kilómetros y que mañana podía pensar en quedarme allí... qué problema hay. Únicamente que me encuentre el albergue cerrado.

- No eso no.

- ¿Seguro?


Pero Antonio también había entrado en suspicacia para ese punto. Y pudiendo confirmarme que el albergue siempre se lo encuentra uno cerrado pero porque existe una contraseña electrónica que cualquiera sabe... eso no me lo dijo y la contraseña no me la dio o me dio la referencia de dónde podía encontrarla. Prefirió quedarse conmigo y asegurarme que él a las cuatro hacía una llamada de teléfono para que se esperase por mi llegada. Así que educadamente le voy a dar las gracias, y les voy a desear a todos un muy feliz año, agarrando mi mochila sin más ceremonias, para salir pitando. Pero al alcanzar los bancos del área de descanso que hay al lado del Portal de España, pienso que es mejor cambiarme de ropa, y lo que me permite la indignación que arrastro conmigo es quedarme en sujetador en medio de la calle, costumbre que hace años murió para mí pero que resucitaba justo en ese lugar, y arreando ponerme una camiseta de manga corta y una sudadera que no tuviera problemas para quitarme. Y prescindiendo de los gritos de <<¡Hala!>> que se escucharon a mi espalda. Ya había perdido la botella dosificadora de agua pero como en ese sentido iba más que bien provista en esta ocasión, no me importó ni lo más mínimo y me eché a galopar hacia adelante. Muy presionada, porque no las tenía todas conmigo. Y como diría Bea, la psicóloga de la historia, estaba yo, únicamente, experimentando la realidad con el nivel de conciencia del chakra <<muladhara>>, y en palabras suyas: moviendo el culo y pensado con el culo, como una jodida superviviente.

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domingo, 11 de enero de 2015

DÓNDE NO COMER EN SAINT-JEAN-PIED-DE-PORT [CHEZ EDOUARD]



Chez Edouard se encuentra situado en el número 10 de Place Charles de Gaulle, que es el café,  pizzeria-brasserie, al que se accede por la puerta de la Navarrería, o bien que se deja de lado justo en el instante de traspasarla en dirección a la Rue de la Citadelle. Yo, en la vez anterior, había cruzado sus puertas, sólo para salirme de inmediato, porque algo inconscientemente no me agradó y, entonces, yo era libre de hacer caso no omiso a mi instinto. Pero aquí, cuando el mismo joven, o semejante, vuelve a atracarme, ya que hay que decirlo así para que nadie se llame a engaño y, por tanto, lo primero será sumar en este punto las estadísticas que se encuentran a disposición de cualquiera en una de las páginas en red de mayor difusión <<Tripadvisor>>, y que confirman sobre cien opiniones, a día de hoy, lo siguiente:

La gran mayoría escritas en francés... Pero aquí, cuando el mismo joven, o semejante, vuelve a atracarme para preguntarme si deseo comer un menú, según empujo la puerta y sin darme tiempo a respirar siquiera, porque él es el Tony Leblanc del timo de la estampita... 



 ... lo que le digo es que sí, sí, que voy a comer pero que deje de insistir en que me siente en la mesa hasta la que me arrastra, porque lo primero que tengo que hacer es ir al baño. Principalmente a sacar dinero de la muñequera que llevo conmigo, que es donde lo llevo guardado, al suponer que lo iba a necesitar, y sólo por arriesgarme a sentarme en este, como muchos lo definen, infecto local. Local -y esto lo no olvidemos- al que se llega recomendado por el amigo de la Asociación de Amigos del Camino del Pirineo Atlántico... 




E inmediatamente me topo tras el mostrador con el semblante del inmenso y presunto Eduoard, todo un glotón insaciable, por su aspecto, y me disculpo, aceleradamente, porque debe haber creído que voy a utilizar su baño sin realizar ninguna consumición. Que yo no discuto de que de eso pueda estar harto... 



Pero salgo, ocupo mi sitio, es incómodo,  porque es una mesa cuadrada, pequeña en la que una persona a tu lado hasta te estorbaría y con otra, frente a ti, tendríais problemas de espacio para compartir platos sobre la mesa... pegada, casi por completo, a las mesas vecinas, aprovechando hasta el más mínimo hueco, de esta terraza que hay que explotar comercialmente, tras las puertas acristaladas, que no es la de la calle, y en la que en invierno se puede llegar a pasar frío. Yo lo tuve, y no es agradable sentir frío mientras se trata de reponer fuerzas y comer caliente, en el interior de un bar.

Pero hete aquí que se acerca a mí el camarero otra vez dispuesto a tomar nota... ¿y yo qué quiere que le diga? ¿No habíamos quedado ya en que iba a tomar el menú? Lo cierto es que yo tampoco he sido muy cortés pero me molesta que me apremien. Y el cliente no puede ser sólo un importe económico. Así que me señala la carta y yo la abro con antipatía y la vuelvo a cerrar, reconociendo que mi auténtico error fue no levantarme en ese momento e irme de allí si más miramientos, porque si te encuentras mal a gusto en un sitio...  qué otro remedio hay.





Y cuando regresó a la mesa se lo voy a volver a preguntar, ¿cuál es el menú del día? Y me señala un rectángulo que han pegado con celofán a la carta y que dice - como sucede mismamente con el del exterior: <<Confit de canard>>, que es un plato francés hecho con pierna de pato, y que es lo que compruebo que comen tanto el marido de la mujer sentado a mi derecha, como lo que comerá, también acompañado con una salsa que les colocan al lado,   la peregrina oriental a la que han sentado a mi izquierda, sí, con vino, un cuarto, que no voy siquiera a terminarme, y es el propio ''Edouard'', desafiante porque le debo haber caído gorda, el que a mí me trae una zanca de pollo al chilindrón, que es lo mismo que les ha servido a la pareja que ocupa la mesa del otro lado del pasillo, que en seguida se han levantado y se han ido, dejando la cuenta por pagar, a sus padres o suegros o acompañantes, que han tenido mayor paciencia, y algo que alboroza en gran medida al hombre que tengo sentado a mi lado, que se ha divertido lo suyo, con el trato ''especial'' que a mí había pensado otorgarme el ''gran Edouard''. 



Pero no voy a tomar café ni postre, algo que espero hacer en cualquier otro restaurante de los alrededores, quizá en el café Tippia... 


Pero yo como, como a pesar de que experimento que me estoy poniendo muy agresiva y cuando le pido al camarero la cuenta, y me la presenta Edouard, y leo en ella 16 euros, me voy hacia él y le pregunto si eso es correcto o se ha equivocado, y me confirma que es correcto, y entonces es cuando se lo aviso, esto te lo voy a pagar, por supuesto pero ten presente una cosa, yo voy a ser la persona que te haga la mejor crítica que te hayan hecho  en tu vida. Haces el favor de  estamparme el sello ahí y firmarme eso, y posas para la foto que te voy a sacar, que él muy absurdo lo ha hecho, que es algo que yo no concibo, que le traten a uno con el resabio que yo lo traté a él y que, a pesar de ello, dócilmente, entonces, obedezca. Pero tal vez sea por lo que se le hace decir a uno de los personajes en <<La puta y la ballena>> de Luis Puenzo, que cuando hace falta un hombre hay que llamar a una mujer. 



Pero sí, le arranqué de las manos sin ningún tipo de miramiento lo que fuera que se puso a firmar en ese momento... y que es cuando me dice, <<eso me lo devuelves que no es tuyo>>, que era verdad. Sólo que yo no salgo de ahí sin llamarlo bandido, y sin advertirle que lo peor en su caso, es que hasta ahí el peregrino llega con la recomendación de los amigos del Camino, que supuestamente guardan con nosotros una relación hospitalaria y que, por fortuna, al día siguiente el peregrino se encuentra  en España, y en España al peregrino no se le roba con esta impunidad. 

Y, bueno,  yo a lo que te animo es a que tú tampoco te quedes callado. Porque si ellos tienen una cara tan espantosa... igual un poco nosotros se la arreglamos no dejando que nos exploten con tanta alegría, y tal vez así, podamos reeducarles para que no sean tan sinvergüenzas como son. Que el Camino es de todos. Y todos contribuimos a su estado real. Sea el Camino humano que se realiza, o sea el camino físico.

Y, entonces, la Paloma de H. Gallimard estaba en lo cierto, al deprimirse porque es ahí donde la llamaron española de mierda, que costaba algo de creer pero a mí después del contacto... ya no me cabe la menor duda.  

viernes, 9 de enero de 2015

La credencial de los Amigos del Camino del Pirineo Atlántico se puede conseguir por dos euros en la Maison Laborde, y dormir en el albergue público algunos números más arriba, en la misma calle...

 
 
Una vez puesto el pie en la estación de tren de S-J-P-P y si he de ser sincera, a toda velocidad, no tardé apenas más que unos minutos en alcanzar el número 39 de la Rue de la Citadelle, la <<Maison Laborde>>, donde se sella la credencial, en la oficina de recepción del peregrino de la Asociación de Amigos del Camino del Pirineo Atlántico; la misma de la que había ido en busca, y que ya había sido sellada, algún año antes, cuando emprendí la ascensión una primavera, a través de la ruta de Napoleón y los collados de Bentartea y Lepoeder... 
 
 
Y como sorprendidos, por la prontitud de la presencia del primer peregrino de esa hora... todavía, todos los reunidos en torno al mantel y a la mesa, algunas mujeres entre las que creí reconocer a Jeanine Curutchet y, tal vez, algún hombre más, no habiendo finalizado el postre... Antonio, que habla español, se levantó diligente para atenderme y me hizo lo primero despojarme de la mochila para a continuación mostrarles la credencial a los otros: <<Esta es de los nuestros>> -dijo... Pero pareciendo dudar, al segundo siguiente, de que la credencial, ya con los suficientes sellos sobre ella, me perteneciera  siquiera.
 
 
- <<¿Necesitas el carnet de identidad?>> -le pregunté. 
 
- <<¿Para qué? -me respondíó. Si es lo mismo>>. Y se dispuso, muy consciente de su labor, a darme las indicaciones precisas para la etapa del día siguiente, que sólo podría haber sido la que alcanza la cima del Puerto de Ibañeta, atravesando primero Arnéguy y luego Valcarlos, ya en Navarra. Y también un folio con los perfiles de las restantes, y los albergues disponibles, y un croquis de la localidad, indicándome muy claramente que poder se podía comer en muchos sitios pero en ningún sitio mejor que en el que él me señalaba. Para ese momento los japoneses ya habían llegado hasta esa pequeña habitación, a la que se accede dando la vuelta a la casa, por el patio. Y yo iba a ser testigo, punto por punto, que lo que le había sucedido a mi compatriota en el relato de H. Gallimard era exactamente lo mismo que me estaba sucediendo a mí y que continuaría sucediéndome, por hacer caso de la recomendación del propio Antonio. Ya que lo más desagradable estaba por venir.
 
 
 
Aceptando la invitación de dejar mi mochila allí mismo, puesto que el albergue público, situado en el número 55 de la misma calle, no abría sus puertas hasta las dos de la tarde... regresé sobre mis pasos calle abajo. Experimentando una estrechez desazonadora. Ya que existen los lugares que aunque no se pisen por mucho tiempo, cuando se pisan es como si nunca hubieran dejado de pisarse.

jueves, 8 de enero de 2015

En la Bayona del peregrino, el Ter - autobús a Saint-Jean-Pied-de-Port



Todavía faltaban algunos minutos para que la <<Librairie de la Rue en Pente>> abriera sus puertas al público y me dejé caer por la Rue de la Poissonerie hasta la altura del mercado <<Le Halles>>, un edificio modernista restaurado. Bayona es una ciudad exquisita, porque los coloridos diseños de sus casas, ninguna que supere un cuarto piso de altura, homogéneas, con sus cruces diagonales y verticales de madera pintada y sus balcones y amplios ventanales, con contraventanas, la mayoría al estilo de las venecianas, y su cuidado y pulcro aspecto, obliga a levantar los ojos y a esto pensarlo y a admirarse.
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Paso por delante de <<Le bar du marche>> y trato de posicionarme frente al indicador del Hotel de Ville y Place Pasteur y la Cathédral, la oficina de turismo en la misma dirección que el ayuntamiento, la biblioteca en la misma dirección que Places Pasteur y la Cathédral, y tomo esa dirección, reconociendo, tras dejar atrás las cariátides del <<Monoprix>>, la puerta de color azul turquesa, con su aldaba en forma de león, a la que llamaron H. Gallimard y la española, y detrás de la que desaparecieron.... Yo pruebo a hacer lo mismo pero nadie acude a abrirme, o si lo hace... esto lo evita. Así que regreso sobre mis pasos hasta Place Pasteur y deambulo por ella durante algunos minutos, mientras siento el peso de mi mochila en la espalda y decido que tomaré el primer tren que me sea posible, con destino a S-J-P-P. Así que cerca de las diez y cuarto, con el billete en la mano, sé que el tren ha sido sustituido por un autobús.
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Luego, ya en S-J-P-P, unas mujeres me confirmarán que porque hace meses que la línea se encuentra en obras. Me tomo un café en la cafetería de la estación misma y compruebo que el café del que H. Gallimard me habló, al paso por mi ciudad, ha cesado su actividad como negocio, y no dando con el baño que me indican, porque me envían, de nuevo, hacia el exterior, opto por cruzar las vías y encaminarme por otra calle próxima, donde me siento agradablemente en la mesa de una cafetería que regenta una hermosa joven, alegre, amable y muy semejante a Jacqueline Bisset a su edad. A las once menos cuarto dejo la mesa y ando hasta la zona de la estación donde me han confirmado que debo esperar por el autobús. Poco a poco se van acercando a mí algunos peregrinos, dos japoneses, uno de ellos arrastrando una maleta, que todos pensaremos que es una locura, si es lo que piensa hacer con ella por el Camino, y cuatro jóvenes coreanos, uno de ellos alto y guapo como un actor crecido en un cómic manga y cuyo nombre será Jin Yeong. Y el de los otros: Young Jae, Yu Seok, Su Hyun. Yo esto no lo sabré hasta el momento de Ibañeta, que será donde nos presentemos formalmente, porque aquí lo único que hacemos todos es observar nuestros equipajes, como si nuestros equipajes pudieran aclararnos que todos nos encontramos donde debemos encontrarnos. Y los japoneses nunca llego a saber cómo se llaman. En algún momento el conductor del autobús y la azafata deciden regresar al vehículo del que se han apeado algunos minutos antes, al tiempo que lo hacía la escasa gente que descendía de él y yo me muevo en su dirección, expresándome del siguiente modo: <<Bonjour, ¿Saint-Jean-Pied-de-Port?>> Por lo que les ha sido imposible distinguir si les entiendo o no les entiendo, y único motivo que supuso un pequeño freno para su infantil comportamiento. Porque como te comentaba el otro día... la estupidez humana se salta todas las barreras ideomáticas. Así que como dos niños demasiado ociosos, y hastiados tal vez hasta de si mismos, tontearon con la idea de partir diez minutos antes de lo fijado, no comprendiendo siquiera que las personas podemos tener más de un motivo para allegarnos a los cosas... como por ejemplo, estas dos mujeres que se decidían a subir en el último minuto, y que pensaban visitar S-J-P-P en un día de mercado. Hoy los portazgos ya no están vigentes pero, sin embargo, el peaje del viaje era tener que soportar a estos dos imbéciles banales. Y el placer, a cambio, lo suponía escuchar a estas dos mujeres, entregadas a la cultura y muy dicharacheras, que lo mismo departían en euskera, que se apoyaban al minuto siguiente en el español. El día el más azul y soleado que puedas imaginarte y el paisaje inmenso, poco a poco, cada más vez mas fluvial, ya que seguimos la pista de las estaciones que siguen el curso de la Nive, y más cercano a las cumbres de los montes pirenaicos, sobre los que se cernía un efecto <<mie>>, denso y plomizo, que no estaba en mis ojos grises. Cansada de tanta cháchara, no sé si por lo que les entendió a mis compañeras, o por lo que suponía que estaba suponiendo su compañero el conductor, la azafata se agarró a su teléfono y dejó de leer en su pantalla, emprendiendo una altisonante conversación ella misma en euskera, que tuvieron que escuchar hasta los coreanos, que habían provocado su gran hilaridad y que se habían colocado en la cola del autobús. Lo cual, por lo menos a mi me quedó claro, dejaba a dos velas al francés al volante, que manifestó, sin demasiada elegancia, cierto resentimiento. Y así fue como alcanzamos la estación final, con bastantes quejas por parte de mis compañeras, que no lograban comprender porque se nos hacía dejar la localidad atrás, si se nos había hecho subir a un autobús, sin que al final supusiera para nosotros ninguna ventaja.

miércoles, 7 de enero de 2015

Bayona, 'Librairie de la Rue en Pente' [en la calle de la pescadería, número 27]



Y una vez situada frente a la <<Librairie de la Rue en Pente>> no supe que pensar... Me quedé algo descolocada porque me resultó menos magnética de lo que yo la suponía... Sólo que si detallo sus componentes... por lo menos, te va a parecer curioso. Había un libro sobre Buda de un escritor francés que se ha especializado en la novelación histórica, José Frèches, y que también ha escrito la biografía de Gandhi. Y un libro cuyo título es <<Le gout de Stendhal>>, escrito en colaboración entre Guy Savoy, un prestigioso restaurador parisiense y Gonzague Saint Bris, que consta de cuarenta recetas inspiradas en sus libros, ya que Stendhal dicen que estaba enamorado de la comida y al que la crítica trata de algo artificial pero no carente de interés. Sólo que sobre ello, había un curioso motivo, porque tú recordarás que H. Gallimard decidió darle mucha importancia desde el principio al aspecto gastronómico, y este motivo era un cartel en papiro que reproducía la invitación al banquete real para 3.000 personas, toda la corte de Versalles, que había organizado Monseigneur le Prince de Condé, en el honor de su majestad el Rey Louis XIV, en su Château de Chantilly, el 23 de abril del año 1671.



 
...  y bajo él las siguientes palabras, tomadas de una carta escrita el 26 de abril de 1671, por Mme de Sévigné, marquesa de oficio, autora de las 800 cartas que se han considerado un monumento literario en Francia, elevando el género epistolar al nivel de obra maestra:
<<Le lendemain, vendredi 24 avril, Monsier Vatel, Maître d'hôtel de Monseigneur le Prince de Condé, se donna mort car les poissons qu'il avait commandes pour le festin, n'étaient toujours pas arrivès à 8 heures. Mais voici ce que j'apprends en entrant ici, dont je ne puis me remettre, et fait que je ne sais plus ce que je vous mande: c'est qu'enfin Vatel, le grand Vatel, maître d'hôtel de Monsieur Fouquet, qui l'était présentemente de Monsieur le Prince, s'est poignardé>>
A la cronista, todo esto -lo que ella sabe- reconoce que se lo había pormenorizado alguien que ni siquiera mencionaré... pero lo que ella nos explica es que Vatel llevaba doce noches sin dormir y le daba vueltas la cabeza... en la cena de la noche anterior había faltado asado en dos mesas, confiándole a un tal Gourville que le ardía la cabeza porque sentía ponerse en peligro su honor y su reputación, tras lo cual ese Gourville sólo se había reído... Pero la circunstancia era la siguiente, había estallado una tormenta y los pescadores malamente podían salir a la mar, así que cuando Vatel recibió al primero de los proveedores y este le explicó que aquellas dos cestas eran todo el pescado que podía conseguirle... Vatel subió a su cuarto, colocó su espada contra la pared y se atravesó con ella el corazón, aunque consiguiéndolo sólo a la tercera puñalada. Al rato Gourville fue en su busca, porque el pescado comenzó a llegar de todas partes... ya que Vatel, en previsión, no se lo había encargado sólo a un proveedor sino a toda una multitud... encontrándole muerto en el charco de su sangre. Pero entonces, la marquesa continúa así su relato.... 
 <<Gourville trató de reparar la perdida de Vatel y lo logró, se almorzó muy bien, se merendó, se cenó, se paseó, se jugó y se fue de caza. Todo estaba impregnado de un mágico encanto, y se percibía en torno el aroma del junquillo [...]>>
El caso es que Luis II, príncipe de Borbón-Condé, había caído en desgracia tras haber participado en una rebelión nobiliaria contra el Rey Sol, y gracias a esta celebración de tres días reconquistó el favor de Luis XIV, y consiguió lo que buscaba, dirigir a sus hombres armados contra el ejercito holandés. El primer día, François Vatel lo había dedicado a la gloria del sol, con un derroche de árboles, pájaros, frutos y mariposas. El segundo representó como el sol destronaba a la noche, fuegos artificiales sobre un lago, que empañaron las nubes... Y el tercer día, era el del festín del pescado, un tributo del dios del mar al sol, que como si se tratará de un castigo por el viejo <<hybris>> de los griegos... tal vez hizo estallar aquella tormenta.


martes, 6 de enero de 2015

Bayona, en la Catedral de Sainte-Marie




Son las nueve horas  cuando alcanzo  Place Pasteur y una sensación de familiaridad me rodea. Las puertas de la Catedral de Sainte-Marie se encuentran abiertas en ese momento, y  en su interior se está celebrando una misa cantada en la sala capitular, que ofician cinco sacerdotes franceses. 





Sainte-Marie está situada sobre un cerro que la eleva sobre el Adour y la Nive y sus agujas son la guía que no tiene pérdida.

La catedral románica fue destruida por varios incendios, el principal el sucedido en 1258, cuando reinaba la casa de Champagne pero antes hubo otros, y sobre todo el de 1310 a causa de un rayo.  


Bayona es la capital económica del país vasco francés, y se la conoce como la Venecia de la región. Y lo que admiramos en su Sainte-Marie es el estilo gótico <<flamboyant>> o gótico tardío, ya que su construcción se finalizó en el siglo XVI, con el añadido posterior de sus flechas, esas dos torres de 85 metros de altura, que la dotaron de su identidad en el siglo XIX y obra de un discípulo de Viollet Leduc, Boeswilwad. Acogiendo, entre su piedra ocre de Mosusserolles y blanca de Bidache, el sepulcro de San León, el patrón de la ciudad y obispo de Bayona en el siglo IX, el principal responsable de la conversión de tantos de sus habitantes, los vascos por evangelizar, al cristianismo. 

En la vuelta que me doy alrededor de la misma vislumbro el claustro, uno de los más grandes de Francia pero sin esa singularidad que expresa el de la Catedral de Pamplona, con sus pozos... Hay un belén de barro a tamaño natural y sobre alfombra roja, que suponemos que es un belén únicamente por los animales que se reconocen en él, que será el instante en que mi corazón se quede en un vilo... no en el vilo del amor o del sentido del amor... sino en un vilo entre el desconcierto y la desazón... porque me parece chocarme ahí con la persona de Jon I. Yo no puedo decir ni que lo fuera ni que no lo fuera.... pero comprobaba que a él le sucedía lo mismo... y me dejó ir y yo le dejé ir.